jueves, 23 de septiembre de 2010

Ignición

Ignición

Ese beso, ínfima llama de fuego infinito,
encendió tus ojos, incendió mis manos,
quemó los cuerpos, liberó las almas.

Esta llama, que llama a tus labios,
que lleva tu nombre: se llama deseo,
ardiente de ti, impaciente por ti.

Esa llama que llama,
Ese fuego que incendia,
Ese beso... infinito.


Místico sur IV



Místico sur IV "El fin de la búsqueda"

"!Eureka¡"
(Arquímides)

Esperaba reponer mis fuerzas viajando de noche en el camión, sin embargo el trayecto fue muy corto y el cansancio era mucho, apenas pude despabilarme para bajar a la central, enseguida con ciertos trabajos tomé mi equipaje, sentía los hombros molidos y los pies hinchados por el esfuerzo físico del día anterior, sin duda alguna necesitaba un lugar seguro dónde descansar y reponer fuerzas. En vano intente dormir en las bancas de la central que son incomodísimas, desesperado y un poco mareado salí del lugar, lo primero que vi, en la acera de enfrente, fue el palacio de justicia de Campeche, un edificio de sobrio estilo colonial y aunque comenzaba a amanecer, aún continuaban prendidos los faroles redondos que iluminaban la calle.

Vi a un guardia y le pregunté sobre algún lugar recomendable para hospedarme, me recomendó buscar algo cerca de la central, porque aparentemente ahí estaba lo mejor.

-Esque si se va a la zona turística todo es mucho más caro- me dijo.

Caminé hacia los alrededores y toqué en todos los hoteles, hostales y casas de huéspedes que vi en las cercanías, la mayoría estaban cerrados y los que no me pedían desalojar a las 6 de la tarde de ese mismo día, cada vez que recibía una negativa la mochila me pesaba más y aumentaba mi dolor de cabeza, conforme se hacía más clara la mañana donde mis únicos compañeros de calle eran algunos perros, comenzaron a transitar unos cuantos automóviles, estaba muy desesperado y sólo pensaba en descansar, vi un baldío y se me ocurrió poner ahí la tienda de campaña, luego lo pensé dos veces porque el lugar no se veía muy seguro, fue entonces fue cuando decidí hacer algo inusual en mi y seguí mi intuición, crucé la calle y tomé el primer autobús que pasó, así, completamente al azar, batallé un poco para caber por la puerta con todas mis cosas pero ya tomando el asiento me sentí mejor. El autobús continuó derecho por todo el boulevard hasta que este topó en otra calle y dio vuelta a la derecha, de pronto vi a mi izquierda la famosa muralla de Campeche, aquella construída en el siglo XVII para evitar las continuas invasiones de los piratas, ingléses, holándeses y franceses que hostigaban las colonías de la corona española, el camión siguió hasta dar la vuelta en un mercado y se detuvo, con trabajos baje del camión y fui directo a la muralla.

Al cruzarla grata fue mi sorpresa, estaba en el casco antigüo de la ciudad, con sólo cruzar la muralla había viajado tres siglos hacía atras, el amanecer que estaba completo y el clima fresco, remataban la escena, el lugar era pintorescamente mexicano, las casas estilo colonial poseían un colorido maravilloso, distintos tonos pastel cubrían sus paredes de adobe intactas, creando un armoniozo contraste entre los colores vivos y las calles solitarias, adornadas con un empedrado circular, todo estaba en perfecta simetría. Caminé dos cuadras y me encontré con un viejecito de rostro amigable, vestía con un pantalón café, camisa blanca y un sombrero de palma. Le pregunté sobre algún hotel cercano y me indicó el camino, por segunda vez preferí seguir mi intuición y caminé al lado contrario, a dos cuadras observé un letrero con la inscripción: “hotel colonial”. Justo junto a la entrada había una placa que decía que esa finca había sido la casa de un gobernador del estado de Yucatán (Cuando toda la península era una sola entidad). Abrí la puerta y amablemente recibí los buenos días, me atendió un señor de edad avanzada, el precio era igual que el de los hoteles de la central, con la diferencia de que la habitación tenía aire acondicionado, baño completo y el lugar era muy agradable, además la habitación podría entregarla hasta el día siguiente, definitivamente era el lugar que esperaba, el señor tomó la llave y me condujo por unas escaleras a mi habitación, el hotel por dentro incluyendo las paredes estaban cubiertas por un bonito mosaico verde pastel muy claro, antes de llegar a mi habitación, pasamos por una sala, perfecta para leer, la finca por demás era agradable, y considerando que en un par de semanas sólo había dormido en playas, tiendas de campaña, camiones y centrales de autobuses, aquello en ese momento me parecía toda una suite presidencial.

Ya en la habitación me sentí como en casa, me di el tiempo necesario para instalarme y después caí muerto en la cama por casi toda la mañana. Una vez despierto tomé un baño y salí a conocer la ciudad, no sin antes comer y falsificar una boleta de calificaciones para que me hicieran válido el descuento de estudiantes en los autobuses.

El centro histórico es bellísimo, tiene un estilo colonial de lo más pintoresco que yo haya visto. Primeramente fui a visitar la muralla, de la cual para mi desencanto, ha sido derribada en varias partes. Caminar entre los baluartes me recordó mucho a Toledo, obviamente sin las construcciones muzárabes y medievales, y lo más curioso es que como era el único turista me dijeron que paseará por la muralla todo el tiempo que quisiera, mientras tanto cerrarían la puerta y cuando quisiera bajar tendría que hacer sonar la campana que utilizaban en tiempos de antaño como alarma contra invasiones.

Pasé el resto de la tarde conociendo el resto de las atracciones turísticas, entre ellas una exposición de fotografía y pintura sobre las transformaciones del centro histórico, me sorprendió ver que hasta los años 50 la muralla estuvo al borde del mar y posteriormente construyeron un malecón bastante amplio para el tráfico efectivo de automóviles. Visité una de las torres de la muralla convertida en jardín botánico, con un estanque al estilo japonés justo en medio, se respiraba mucha tranquilidad ahí. Entre otras cosas visité la biblioteca donde había una exposición de documentos y libros históricos sobre la península de Yucatán.

Cuando el atardecer comenzaba apenas a oscurecer el cielo, paseaba junto a un antiguo templo encomendado a San José y una señora me preguntó sobre el nombre de la iglesia a lo que respondí: Yucatán. La señora me miró extrañada y seguido me pidió que le tomará unas fotos con su esposo. Lo que dije a la señora fue irónico, pues el nombre de la península precisamente significa: “no soy de aquí” y fue lo que respondió un indígena foráneo cuando los primeros colonizadores españoles le preguntaron sobre la forma de llamar a aquel sitio. Tal vez fue una broma demasiado intelectual y aunque yo sabía que no la entendería, ese día estaba de tan buen humor que quería disfrutar de las cosas a mi manera.

Ya entrada la noche fui a un espectáculo de luces que dan en la “puerta de tierra” en dónde narran la historia y el desarrollo de la ciudad de Campeche desde los primeros mayas que poblaron el lugar. Terminado el espectáculo, regresé a la plaza principal y miré las cartas de los restaurantes para probar algún platillo típico. Satisfecho por mi día, después de cenar fui al hotel por mi guitarra y sin algún rumbo planeado terminé caminando en el malecón, crucé la calle y me senté en la pequeña barda de contención que bordea el océano, recordé el día de la tormenta en Zipolite y quizé probar la misma formula de dejar los pesamientos a un lado y sólo observar, respire hondo y simplemente vi lo que tenía enfrente, ese instante fue maravilloso, ante mis ojos, estaba una vez más el mar, pero ahora lucía tan apacible, sin olas, parecía una extensión del cielo apenas dividida en el horizonte, casi imperceptible, el viento soplaba ligero y tenía aroma a sal, me inunde de una serenidad que no había sentido en toda mi vida, todo estaba en equilibrio, en ese instante me sentí pleno.

Dejé pasar un rato hasta que decidí regresar, nuevamente pase el malecón, crucé la puerta de mar y regresé a la plaza principal, en todo el sitio sólo había una pareja que observaba a su hijo jugar con unos muñecos en el kiosco, me senté en una banca y de rato se marcharon. La vista de la plaza de noche es hermosa, a mi espalda estaba la biblioteca con sus arcos simétricos de medio punto que sostienen a forma de marquesina la segunda planta, a la izquierda, la catedral pintada sencillamente de blanco, al rededor las jardíneras, todo estaba iluminado con luces de neón, con esa luz ámbar que da la sensación de antigüedad, a mi modo de ver, de trascendencia, incluso el clima era perfecto, era como si el silencio de la plaza me permitiera escuchar los sonidos más recónditos de mi alma, todos ellos en armonía, fue ahí cuando me di cuenta de que mi búsqueda había terminado, ya no había cabos sueltos, había hecho las paces con la vida y sobretodo conmigo mismo, todo conflicto había desaparecido, ya no tenía resentimientos, me sentía profundamente reconfortado y satisfecho, ahora podría continuar con la siguiente etapa y ver al porvenir, deje caer los hombros, respiré lo más profundo que pude, saque mi guitarra y ahí en medio del silencio de la plaza solitaria, di un concierto sólo para mi, en verdad ese día, toque directo del corazón al aire.

Místico sur III




Místico sur III "Un día pleno".

-Ten cuidado con tus pies frodo, es muy lindo dar un paso y hecharte a andar, pero si no tienes cuidado te llevaran a lugares extraños y desconocidos-
Bilbo Bolson (J.R.R Tolkien)


Cuando desperté, me encontraba todavía en el autobús, tenía los oídos inflamados por el cambio de clima y me sentía incomodo porque el asiento era muy pequeño, no obstante olvidé las molestias cuando abrí la cortinilla, hacía unos minutos acababa de amanecer, la carretera bordeaba kilómetros de selva que eran empapados por el suave rocío de la mañana y al pie del camino, durante un buen tramo, había sencillas cabañitas de madera que remataban el paisaje. Adoro la sensación de viajar en carretera sobretodo cuando uno se concentra en el camino, porque todo siempre es cambiante y esta en movimiento. Hicimos varias escalas mismas que el camionero anunciaba con una voz fuerte, después de un rato llegó mi turno de bajar, el conductor dijo repetidas veces: Palenque, llegamos a Palenque.

Lo primero que hice fue buscar la paquetería para deshacerme de mi cuantioso y pesado equipaje, una ciudad maya abandonada en la selva me estaba esperando, pero para mi disgusto, me atendió una mujer mal encarada que me pedía diez pesos por hora y por cada bulto que dejará, en pocas palabras me salía más barato pagar dos noches de hotel que guardar mis maletas en la central de la ADO. Tratando de no perder el buen ánimo, precavidamente me formé para comprar los boletos de mi siguiente destino y el colmo fue que ahora la taquillera también mal encarada se negaba a darme el descuento de estudiantes en el pasaje porque según ella, mi credencial no era una credencial sino una tarjeta de crédito, intente ser civilizado y persuadirla en vano, ahora sí como diría mi padre: “no rebuznaba porque no daba el tono”.

Iracundo, por no decir encabronado, salí de la estación esperando ver algunas pirámides y centros ceremoniales pero no había indicios de nada, en eso le pregunté al primer señor que iba pasando:

-Oiga disculpe, ¿y las pirámides?
-Ah sí mira, tienes que tomar unos camioncitos que pasan por aquí y te llevan hasta allá, es todo derecho por esa carretera.
-Ah ok muchas gracias.

Pensé para mi mismo que era una cosa ridícula, todos en ese pueblo querían cobrar de todo y por todo, entonces vi un letrero que decía que la zona Arqueológica estaba a 9 km. En ese momento muy probablemente resultado de mi enojo, me sentí todo un viajero temerario y me dije a mi mismo: ¿Qué tanto son 9 km para mi que me encanta caminar?. Grave error.

Aquí el pequeño detalle es que mi equipaje era muy pesado: una mochila de campamento que según la báscula de la central del D.F. pesaba 25 kilos, una guitarra y una mochila pequeña con los artículos de valor. Me puse el repelente para insectos y emprendí mi marcha, caminando por un costado de la carretera.

Llevaría caminando unos 25 minutos cuando a mi izquierda, enfrente de donde yo caminaba, había una casa enorme y tenía el portón abierto, lo primero que pensé fue, de seguro es de algún narco y acto seguido como obra del karma, salieron corriendo un par de perros rod wailer enormes con unos ladridos que más bien parecián rugidos, detuvieron su carrera justo al borde del camino y gruñián pelandome los colmillos, intente encontrar alguna salida a la situación pero no había mucho que pudiera hacer contra dos perros, tiré la mochila, agarre un par de piedras y asustado me quedé parado esperando, para mi fortuna salió corriendo un señor con una gorra roja y agarró a un perro lo del collar y lo jalo, les gritó enérgicamente que fueran para adentro, los perros ladraron un par de veces más, dieron media vuelta y se fueron de la misma forma en que llegaron, con una sonrisa pálida y muy sincera le di las gracias al domador de bestias y me dijo:

-Disculpa es que no están acostumbrados a que pase mucha gente caminando, lo bueno es que me di cuenta por el escándalo.

Terminó de decir eso y salio un perrito faldero blanco que ladraba mientras movía la cola, lo mire temerariamente, tomé mi mochila y reemprendí la marcha.

La caminata era cansada por lo pesado de la mochila, me lastimaba mucho los hombros que es donde va casi todo el peso, después de varios kilómetros pensé detenerme a descansar pero alcancé a divisar a lo lejos la entrada al parque, no voy a negar que me emocioné y apresuré el paso.

Al llegar a la entrada me fije le pedí un boleto al guardia :

-No joven, se tiene que formar.
-¿Cómo?, ni modo que me forme con los carros.
-Esque tiene que respetar el orden.

Los dos nos reímos y me dio el boleto, nuevamente le volví a preguntar por las pirámides y me dijo que apenas ahí era la entrada al parque, que la zona Arqueológica estaba a tres kilómetros de la entrada, y que probablemente podría dejar mis cosas en el museo, que estaba más cerca, a poco más de un kilómetro de ahí.

Con todo un espíritu emprendedor y deportivo (resérvense sus comentarios) me propuse llegar hasta donde tuviera que dejar la mochila sin quitármela de la espalda. Caminé prácticamente en línea recta hasta llegar al museo en donde me informaron que ahí no guardaban nada, que probablemente tendría más suerte al llegar a la zona Arqueológica, salí del parque y me di cuenta de que los últimos dos kilómetros eran de subida y aunque sea difícil de creer, para algunas personas el orgullo y los retos son como las espinacas para Popeye. La subida fue de lo más pesado porque aparte el clima era muy húmedo, a media subida me detuve para recargarme en un árbol y tomar aire pero escuché unos ruidos extraños de entre los árboles que no hicieron sino aumentar mi brío y continué mi caminata con las fuerzas que me quedaban, debo admitir que era un poco desmoralizante ver como los demás turistas pasaban en diversos transportes mientras se abanicaban el calor del rostro, pero en fin, llegué a la entrada de la zona Arqueológica y gustoso me di cuenta que por 20 pesos podría dejar todo mi equipaje hasta las 6 de la tarde. Dejé las cosas muy entusiasmado y entré al parque.

No tardaron en abordarme los guías de turistas, muy variados por cierto, desde adultos hasta niños nativos de las cercanías, después de un rato y escuchar propuestas, me di cuenta que realmente para lo único que era necesario el guía, era para visitar un par de cascadas que estaban en la selva, lo demás se podía conocer con simplemente seguir las acotaciones. Todos los servicios eran caros, y ese día especialmente yo me sentía muy tacaño, entonces me puse a negociar arduamente con un niño de origen “Chol” quién consultaba en su diálecto a sus amigos, después de un rato un lúcido intercambio de intereses decidimos que me llevaría a las cascadas por veinte pesos y además tendría que prestarle mi ipod para que escuchara música en el camino. Luego de jugar al oro y los espejitos me condujo por verdas entre la selva hasta que llegamos. El sitio donde estaba la pequeña cascada era muy tranquilo, no había nadie más, entonces aproveché para desayunar ahí unos sandwich de atún y jugar al antropólogo entrevistando al niño y preguntándole cómo decían ciertas palabras en su diálecto, todo lo registre con una usb que tenía para grabar audio. De regreso encontré a un guardabosques y le dije que si también hablaba Chol, me dijo que él directamente hablaba maya, le comenté mi interés por saber sobre su cultura y me dijo que se sabía de memoria algunos poemas y oraciones, que si me interesaba el tenía su descanso a las 15:30 hrs. en la entrada al parque, y que ahí tendría más tiempo de compartirme lo que sabia, después de ponernos de acuerdo continué mi recorrido por la zona que era fascinante.

Desde las pirámides, los templos, los palacios, hasta las plazas. La zona es muy amplia y tardé toda la mañana en recorrerla y eso que se supone que nada más al descubierto esta el 5% de lo que fue la antigua ciudad, el resto esta enterrado en la selva. En especial me llamó mucho la atención el templo del conde, a simple vista parecía una pirámide normal con la escalinata frontal que lleva hasta la cima, sin embargo cuando me acerqué, había unos niños jugando ahí y me dijeron: escucha al pajarito, hecho eso aplaudieron y de las escalinatas ¡reboto el sonido de un ave! La cosa me pareció como de otro mundo, una obra de arte de la acústica natural del timbre. Note que dependiendo de la palmada se podían lograr sonidos con diferentes alturas, es decir graves o agudos, se podía hacer música con aquello, he escuchado de muchos tipos de instrumentistas pero ¿Cómo llamar a las personas que hacen música con pirámides?.

Cuando sentí satisfecha mi curiosidad de experimentar con aquello, regresé a una parte de la zona con caminos estrechos, puentes de madera y cubierto de árboles. De pronto -se acercaron dos sujetos con rasgos indígenas, eran vendedores de recuerditos y me fije que tenían pintados los ojos y caminaban muy amanerados. De repente uno me vio y me dijo con una voz muy afeminada:

-Hola joven, lleva tus signos mayas en un talismán, tengo de todo el año.

El producto me pareció novedoso y además parecía muy barato, le dije:

-¿Cuánto?- a lo que respondió.
-Diez pesos pero cinco para los guapos.

Seguido de eso me guiñó el ojo.

-No, no qué paso yo no le hago a eso compa, ¿dijiste 5 pesos? (no tengo que recordarles que ese día me sentía muy tacaño).

-Así essss... tú dime las fechassss y yo te doy el sssigno.

Para quitármelo de encima lo primero que dije fue, a ver mi novia es cáncer ¿qué signo le corresponde?. Me enseñó el correspondiente y me explicó el significado, y así fue haciendo con un par más que le pedí.

Después de comprar algunos para los amigos y amigas de las cuales recordaba sus fechas de nacimiento, por curiosidad le pedí el mió:

-Haber cuál soy yo soy del 18 de diciembre.
-Eres el Yax, el sol nuevo, un signo fuerte y lleno de vigor, ardiente... (Imaginen la línea con un tono de estilista barato)
-Qué pedo yo no soy joto, ¿Cuánto es de estos?

Sacado de onda por lo bizarro de la situación le pagué y me fui de ahí, sin embargo de rato me di cuenta que me seguían a donde caminaba y me lanzaban unas miradas muy hostigantes, la situación se estaba volviendo muy molesta y de pronto vi que un par de chavas pasaron frente a mi, una de ellas por cierto no estaba de mal ver, entonces preferí aprovechar la situación, me acerqué y les dije algo como:

-¿Disculpen chicas, les incomoda si las acompaño? Es que el wey que vende los horóscopos me viene acosando.

Las chicas eran de Puebla y venían de vacaciones con su mamá, las acompañe a una cafetería que estaba al aire libre, mientras nosotros nos sentábamos en unas bancas, la señora fue a comprar su comida, cuando regresó muy amablemente me compró una torta y un refresco, estuvimos cotorreando un rato, me invitaron a un bar en la noche, (supongo que mi sex appeal de mochilero fachozo y sudoroso me daba muchos puntos ese día) les dije que no podía puesto que partiría a Campeche ese mismo día al anochecer, luego cuando dieron las 3, me despedí para ir a entrevistar al guardabosques. Tuve que recorrer los 3 km de regreso hasta la entrada, cuando llegué me estaba esperando. La conversación fue muy interesante, me platico sobre su cultura y sus costumbres, grabó unos poemas y unas oraciones en su dialecto y después me explicaba en español lo querían decir, me recomendó que si estaba interesado en conocer más sobre los mayas, fuera a alguna comunidad de la selva lacandona, me dijo:

-Mi gente esta muy orgullosa de sus raíces, seguro estarán contentos de mostrarte lo que somos, ahí si quieres puedes aprender maya, nuestros oficios y nuestras tradiciones.

Agradecido por la amena charla, me despedí pues aún me faltaba visitar el museo. Ya llevaba un buen tramo recorrido, cuando de pronto, de entre las hierbas, salió un Bato de unos veintitantos años, sin playera y con un desarmador en la mano me dijo:

- A ¿dónde vas wey?
- A chingao ¿Cómo que a dónde voy?

Su físico era muy peculiar, era muy delgado y tenía un estómago pronunciado, llevaba una bermuda gris, no se veía tan amenazante como los perros de la mañana.

- Sí a ¿Dónde vas?
- Al museo, me mando el Doctor Goméz por unas cosas a la entrada y se las traigo de regreso.
- A cabrón pos eres estudiante o qué pedo.
- Sí, vengo a hacer mis prácticas.
- ¿De México?
- Simon, de la escuela de antropología de la U.N.A.M. ¿Porqué? ¿Tú quién eres?¿o qué pedo?
- No nadie we, nada mas preguntaba, no hay pedo pásale.

Se dió media vuelta y se metió por donde vino, me esperé un rato para ver que en verdad se fuera, mostrarme seguro, un tanto de suerte y pretexto tonto me habían salvado de salir mal librado de ahí o sin dinero. Seguí hasta el museo donde aproveché para comprar libros y discos sobre las culturas en Chiapas y Oaxaca. Con el museo había terminado mi recorrido, ahora sólo quedaba volver a subir los dos km por mi equipaje y efectivamente eso mismo hice. Para el regreso pregunté por los camioncitos, cobraban diez pesos hasta el pueblo. Tomé uno y aproveché el resto de la tarde para vagar un par de horas por el pueblito, comer y regresar a la central para esperar mi camión que llegaría en la noche, ahí para matar el tiempo me puse a tocar algo de flamenco en la guitarra, una pareja de extrajeros (Del país vasco, según por lo que se podía apreciar en su guía de “Mexiko” y la chamarra del hombre que decía Euskadi.) encantados se acercaron a poner dinero en la funda de mi instrumento, sin embargo un guardia molestó se acercó y me dijo que no se podía pedir dinero ahí, le contesté que no estaba pidiendo si no practicando, la pareja apenada se disculpó y se sentaron cerca, platiqué una media hora con ellos hasta que llegó su autobús, y así muy satisfecho, pasé el resto de la tarde leyendo cómodamente el “”popol vuh” y tomando café de maquina.