miércoles, 31 de marzo de 2010

Místico sur II

Como seres humanos el sufrimiento es algo ineludible. Durante nuestras vidas tenemos experiencias que nos van marcando, y aunque no lo parezca, todo se va acumulando en los lugares más recónditos de nuestra conciencia, así nos vamos condicionando: llenándonos de temores, tristezas, amarguras, resentimientos y lo peor del caso, poco a poco nos vamos privando de ser libres y felices, nos convertimos en prisioneros de nosotros mismos.

Místico sur parte II "La purificación"


"Plou en el teu cor i prou, sense pressa ni repòs."(J.M.Serrat)
("Llueve en tu corazón y en ningún otro sitio, sin prisa ni reposo".)


Todo se había desatado en Zipolite. Después de ese día, pasé un placentero fin de semana en las playas de Huatulco junto a mis amigos y compañeros de viaje, en apariencia todo era inmejorable, el hospedaje, los lugares, el ambiente, la comida y lo mejor, todo por unos cuantos pesos diarios. Sin embargo la tormenta había despertado sensaciones que no podía callar, después de meditarlo tome la decisión de continuar el viaje completamente solo. Y así fue, con un brindis en vasos de plástico y un económico vino chileno, me despedí de mis amigos el lunes a media noche para viajar a mi siguiente destino, San Cristóbal de las Casas, Chiapas.

La escala en Tuxtla hizo que mi arribo fuera por ahí de las 11 de la mañana, al salir de la central de autobuses comencé a ser invadido por una nostalgia profunda que ignore en un principio, el calor seco y mi abundante equipaje hacían que mi prioridad fuera buscar hospedaje, camine hacía donde me indicaron era la zona céntrica, pregunté en algunos lugares hasta que un hostal con un largo y fresco patio me convenció. Entré a mi pequeña habitación que tenía lo suficiente, una cama, una mesa y una ventana con vista al a un pasillo, en la que al menos entraba algo de luz, acomode mi equipaje, saque una lata de atún y me puse a desayunar.

De pronto me sentí completamente solo, la nostalgia empezó a crecer hasta convertirse en una melancolía angustiante, nunca me había sentido de esa forma, extrañado tome algo de dinero y salí a intentar distraerme caminando por la ciudad. El estilo colonial del lugar, era muy diferente a lo que conocía, por decirlo de alguna manera, me parecía un tanto más rural. La diversidad de personas saltaba a la vista, Indígenas con sus tradicionales atuendos, turistas “gringos” con su clásica bermuda y costosa cámara, extranjeros por cuyo español y tes quemada podía juzgar que vivían en la ciudad, “hippies” que vendían collares etc. Y aunque el espectáculo de diversidad cultural en otras circunstancias lo hubiera juzgado de fascinante, en ese momento y sin saber porque, mi estado emocional era cada vez más abrumador.

Pasé por un centro de salud y me sorprendió ver el número de personas que había afuera esperando ser atendidas, según podía ver, la mayoría eran de bajos recursos, madres con niños llorando, hombres adultos de tes morena, rasgos indígenas y con los ropajes sucios, casi todas las personas ahí lucían agotadas, quién sabe cuanto tiempo llevarían esperando. La esquina del centro de salud colindaba con un pequeño parque y mientras desviaba mi rumbo hacia lo que parecía un mercado, escuche una conversación entre una señora y un médico:

-Oiga pero es que mi marido esta muy malo.

-Lo siento mucho pero tenemos órdenes de atender puros casos de influenza. Replicó el médico en un tono firme con cierta amabilidad.

-Pero entonces qué puedo hacer- dijo la señora en un tono desesperado.

-Mire le recomiendo que lo traiga y se vengan lo más humildemente vestidos que se pueda…


En ese momento ambos advirtieron que yo estaba escuchando y continuaron la conversación en un dialecto del cual no hice ni el más mínimo esfuerzo en entender. Y sin tener la mayor pretensión de hacerlo, comprobé que lo que se decía en las noticias sobre Chiapas y la influenza, era cierto, al menos en apariencia, el tono del doctor distaba mucho de argumentar algún pretexto para no atender enfermos.

Entré al mercado que en su mayoría contenía souvenirs y “artesanías” de la ciudad, los cuales para mi decepción eran una agresión a la identidad cultural chiapaneca, entre los más comunes había llaveritos con el calendario azteca con la leyenda: San Cristóbal de las casas México, otros menos obvios eran exactamente iguales a los productos que habíamos visto en Oaxaca, en fin, había poco en ese lugar que me llamara la atención en especial por mi incomodo estado de introspección, salí del mercado y continué con mi azarosa ruta.

Caminé hasta llegar a la calle “Real Guadalupe” que recordaba por un par de pláticas, vire a mi derecha, la calle era larga y terminaba en un pequeño monte pronunciado sobre el que se en encontraba una iglesia. En ese instante fue más mi profunda melancolía la que llevó hacía el templo que mi interés por visitarlo y conocer su arquitectura, pasé por varias cuadras hasta llegar a la escalinata que conducía al templo, la imagen me hizo recordar montmartre más por el pronunciado ángulo de subida que por otra cosa. Al llegar a la cima escuche que dentro del recinto se pronunciaban unas plegarias en un dialecto a mi parecer extraño, al entrar curiosamente me persigne, costumbre que tenía de niño y al hacerlo sentí de inmediato un clima frío y húmedo, caminé observando el lugar hasta llegar a la altura del sagrario y me senté en una banca. Justo a mi derecha adorando al “santísimo” estaba una familia indígena, la abuela de rodillas dirigía las plegarias, junto a ella con el rostro casi en el suelo y apoyado contra las manos, estaban la madre con sus hijos y atrás el padre quien permanecía de pie. Me sorprendió la profunda devoción con la que la familia entera se entregaba a ese acto casi místico, esas plegarias que repetían una y otra vez, de alguna forma parecían aliviar el dolor que había en mi sentir, calmaban esa tristeza que me abrumaba sin causa aparente, cerré los ojos e intente entender más allá de las palabras la Fe que practicaban esas personas, una devoción que parecía tener tanto sentido, que hacía que mi falta de creencias luciera más como una arrogancia y un capricho de la juventud, y es que la inefabilidad de cualquier acto de profunda emoción, siempre será difícilmente captado por el uso de la razón. Habrían pasado unos diez minutos cuando de repente escuche a alguien entrar en el lugar, era una chica extranjera, camino hasta la altura en que yo me encontraba y se sentó en la fila de enfrente, miraba con atención el lugar, era muy bonita, tenía el cabello rubio y lacio, ojos grandes de azul muy vivo, nariz respingada, boca pequeña y sutiles labios, vestía toda de mezclilla con unos botines negros, extrañamente a pesar del clima, sus rasgos me hacían suponer que era europea muy probablemente del norte. Miró a la familia con un asombro distinto al mió, y después me vio e hizo una sonrisa disimulada, de alguna forma ambos éramos cómplices y extraños de aquel ritual. Pasaron unos minutos, se puso de pie y recorrió el templo para después salir del lugar. Yo me encontraba un poco más tranquilo, después el largo rezó terminó, la anciana sacó de su rebozo una foto de una niña pequeña, la pasó entre las rendijas, tomó una veladora y la encendió, la señora joven quien quizá era la madre de la pequeña, estaba envuelta en llanto.

Me puse de pie y salí del lugar con el mayor respeto posible, frente a mí tenía una admirable vista de San Cristóbal digna de cualquier paisajista, intentaba salir de mi marasmo emocional observando la ciudad colonial con sus típicas casas con techos de teja, de repente escuche una voz, era la chica de hacía un momento, me preguntaba en un inglés pausado que si sabía de alguna tienda donde vendieran postales, de inmediato recordé que me habían recomendado el mercado de Santo Domingo para comprar artesanías y le dije que de postales no tenía idea, pero que podía llevarla a un mercado donde podría obtener artículos de primera, ella accedió con gusto.

Regresamos conversando por toda la calle de “Real Guadalupe”, efectivamente estaba en lo cierto, era Sueca, viajaba con su familia y según recuerdo se llamaba Anneli, al llegar a la esquina donde vire a la derecha pregunté por el mercado, estaba a tres cuadras, llegamos sin mayor inconveniente, ella era de conversación agradable y ambos aprovechamos para comprar los encargos que teníamos, máscaras de madera, collares, piedras como el jade entre otras cosas. Después de intercambiar “mails” ella regresó a su hotel donde se vería con su familia, yo me quedé solo para enfrentar lo inevitable y regresé a mi hostal, antes de entrar a mi habitación ya estaba invadido por una angustia incontenible, al cerrar la puerta me senté en el piso me recargue en la cama y todo aquel sufrimiento que había acumulado hasta ese momento de mi vida calló sobre mí, las imágenes eran muy claras, las sombrías y solitarias tardes de mi niñez, los problemas familiares, las decepciones amorosas, todo en ese mismo momento hacía que el tiempo fuera tan despacio, me sentía agobiado, era una catarsis a gran escala, incluso pequeños detalles que había olvidado eran tan vívidos, pasaron varias horas y cada vez entraba menos luz por la ventana, un par de sofocadas lágrimas salieron de mis ojos, todo podía parar ahí, sin embargo no debía hacerlo, no si quería librarme de todo de una vez por todas, no sé en qué momento me quede dormido. Desperté y era de noche, al parecer todo había terminado, me levanté, encendí la luz y comencé a empacar lo poco que había fuera, debía dejar ese lugar con todo el peso simbólico que ahora tenía, una vez que terminé de acomodar, dejé las cosas en la mesa, antes de irme quería dar una vuelta y mirar la ciudad de noche, eso hice, regrese por mi equipaje y fui directo a la central de autobuses, eran probablemente las 11:30 p.m. y el clima se había tornado agradable, observe los destinos de la ADO en el tablero, había muchas opciones, entre ellas la ciudad de Guatemala, caminé a la taquilla y espere mi turno.

-Buenas noches- mencioné

-Buenas- dijo el boletero con tono cortante.

-Uno a Palenque por favor.

-Son ochenta pesos, su camión llega en media hora.

martes, 9 de marzo de 2010

Místico Sur

Al terminar la Universidad, un grupo reducido de buenos amigos y yo decidimos errar sin rumbo alguno y guiados por el azar emprendimos un viaje hacia el sur del país. Estoy casi seguro y sin temor a equivocarme que todos buscábamos algo más que diversión, de cierta forma se percibía en todos nosotros ese espíritu implacable al que no le basta simplemente seguir con la dirección que la vida va marcando, no podíamos seguir así, no sin antes encontrar respuestas, o al menos hacer un sendero intentándolo. Ahí comenzó una nueva etapa de mi vida, una etapa en la que tendría que atar los cabos que por descuido había dejado sueltos…


Místico sur Parte I "El despertar"


“El hombre busca y busca y no encuentra nada, hasta que abandona la búsqueda, y la respuesta viene por sí sola.” Proverbio Zen.


Habíamos pasado la tarde entera en la ínfima “playita del amor”, aledaña a Zipolite Oaxaca, famosa por su ambiente liberal y su carácter nudista. Diferente a lo que pensaba, despojarse de las ropas es una experiencia de lo más inocente y pueril que pueda haber, de cierto modo es como volver a la infancia para jugar con las olas, sin mayor implicación que ser libre de toda culpa y vergüenza.

La marea comenzó a subir y debimos escalar un gran peñasco para volver a Zipolite y conseguir un sitio donde pasar la noche. Las banderillas rojas hacían más que evidentes los torbellinos de agua que azotaban la bahía, el cielo estaba sofocado por un extraño color grisáceo en las nubes que anunciaban una fuerte tormenta que quizá llegaría de noche, en la que, y no lo sabríamos hasta la mañana siguiente, habrían de morir tres personas ahogadas.

Cansados de tratar con lugareños a los cuales les encanta estafar a los turistas, nos hicimos de un desolado terreno de arena y pusimos nuestra tienda de campaña, no sin antes haber comprado una típica y económica comida de “mochileros” y unas cuantas cervezas para condimentar la conversación. Ya entrada la noche, me percaté de que las nubes sobre la playa habían desaparecido, no obstante una esporádica lluvia había dado comienzo sobre el mar, me era difícil concentrarme en la charla, así que decidí alejarme a una distancia considerable de nuestro improvisado campamento y me senté sobre la arena a una distancia apenas justa para que el agua turbia y fría no pudiera alcanzarme.

Mire a mi derecha y a unos escasos doscientos metros, había una palapa en la que algunos extranjeros bailaban canciones de Bob Marley, detrás de ellos a una distancia considerable alcancé a divisar como un par de viajeros se divertían haciendo figuras con “cadenas de fuego” sobre el viento.

Poco después cerré los ojos y me puse a reflexionar, y ahí estaba, taciturno, en ese rincón del sur, intentando entender la vida con esas respuestas que pretendían dar todos aquellos libros que había leído hasta ese entonces, buscaba dar algo de coherencia a algunos conceptos que tenía en mente sin lograr llegar a algún sitio. De pronto una fuerte brisa llamó mi atención y abrí los ojos, el mar se agitaba imprevisiblemente, después, un destello de luz atravesó el cielo y una fuerte tormenta comenzó, terminando con la poca calma del lugar.

Aunque la lluvia torrencial no había tocado la playa, decidí dejar de lado los vagos razonamientos que hasta entonces habían sido del todo inútiles y me dedique a observar. Estaba ante un espectáculo natural de lo más asombroso, sobre el mar, el cielo era iluminado por incesantes relámpagos y truenos que azotaban la inmensa y misteriosa masa de agua que estaba ante mí, las olas perdieron el curso habitual y el agua atravesaba la costa de norte a sur, como si el puño del viento incontenible arrancará las mismísimas entrañas del océano estrellando torrentes contra los peñascos, el ruido era ensordecedor, parecía imposible que en las oscuras profundidades hubiera vida capaz de resistirse a semejante fuerza, de pronto un extraño impulso me hizo caminar sobre el mar que inundaba la arena tempestuosamente, perdí el miedo a la tormenta, parecía que la ira del mundo quisiera decirme algo, yo estaba dispuesto a escuchar, el agua llegaba a mis rodillas y no tardó en rebasar mi cintura, avancé hasta que me era difícil luchar contra esa imponente corriente, sólo deseaba seguir caminando, intente ir más rápido pero apenas podía equilibrarme, de pronto me pareció que el tiempo se había detenido y me quedé inmóvil, mis sentidos se habían agudizado, el agua estaba helada y de pronto sin esperar nada llegó la respuesta: comenzaron a brotar todos esos sentimientos que en mí dormían y que había olvidado.